Doble K Teatro

Teatro breve, amor efímero, historias que permanecen

Mié, 07/12/2016 - 06:14 -- Miguel Casas

Este sábado, de la mano de la compañía Doble K Teatro, llegaron al renovado Auditorio de Guadalupe dos de las siete obras breves que con el paso de los años han ido dando forma a “Noches de amor efímero”; conjunto de historias escritas por la prestigiosa dramaturga Paloma Pedrero en las que, con humor y ternura, se reflexiona sobre los encuentros y desencuentros entre hombres y mujeres en la sociedad actual.

Así, a eso de las 21:00h y con una notable presencia de público en el patio de butacas del coqueto recinto, daría comienzo la velada con la representación de “La noche dividida” para situar la acción teatral, mediante una puesta en escena sencilla, pero eficaz, en el interior de un humilde apartamento en el que una joven actriz –Sabina- intentaba ensayar sin excesiva fortuna su papel en una obra dramática.

De este modo, realizando un guiño al tópico del teatro dentro del teatro, la trama comenzaría a desarrollarse cuando Sabina, que a esa hora esperaba la llamada semanal de su novio desde el extranjero, recibiese la visita de un tímido y poco hábil vendedor de biblias llamado Adolfo. A partir de entonces, la impulsiva mujer y el retraído hombre desplegarían un simpático diálogo en el que ambos irían confesándose sus frustraciones, sus temores y sus anhelos hasta acabar encontrando el uno en el otro, animados por el alcohol, una suerte de tabla de salvación a la que se aferrarían para concederse, juntos, una tregua pasajera frente a la soledad y al desencanto que padecían cada uno por separado en sus vidas.

A continuación, operadas sobre el escenario las mutaciones necesarias, nos trasladamos mediante un inconfundible cartel, un gran mapa de rutas y un pequeño banco, a una estación de metro cualquiera para presenciar “Solos esta noche”; la segunda obra programada para la velada en la que los protagonistas serían Carmen, una recatada y asustadiza funcionaria, y José, un gracioso y desastrado obrero en paro.

De esta forma, a punto de cerrar el metro a la hora del atraco y la pasión en una estación que bien podría ser Tirso de Molina, Sol, Gran Vía o Tribunal, haría acto de presencia Carmen para asomarse inquieta a las vías esperando ver aparecer la luz del último convoy del día. Sin embargo, lo único que la elegante mujer vería llegar sería la figura descuidada de José, a quien la temerosa funcionaria consideraría de inmediato un más que probable delincuente. No obstante, desplegándose la comicidad a través de un  divertido diálogo que giraría en torno a los temas de la distancia y los estereotipos sociales, los dos personajes irían superando sus mutuos prejuicios hasta reconocerse, aunque fuera solo por unas horas, atraídos el uno por el otro.

Y así, con la ciudad sirviendo como telón de fondo a unas historias sencillas y breves que, partiendo de un encuentro casual, versarían más sobre la soledad que sobre el sexo y enfocarían los encuentros amorosos fortuitos desde una perspectiva carente de sordidez, las criaturas de Paloma Pedrero -interpretadas impecablemente por Alfredo Zamora e Inma Rufete- pasearían sus miedos, sus dudas y sus inseguridades por la escena sugiriendo que lo efímero de sus amores nocturnos habría de radicar en que jamás se puede pretender que una relación amorosa, ya sea puntual o duradera, sea capaz por sí sola de llenar vacíos, satisfacer inquietudes o resolver problemas que son de naturaleza personal.

Antes de terminar, acercándonos al montaje elaborado por Alfredo Zamora para Doble K Teatro, deberíamos ponderar, en primer lugar, el acierto de una puesta en escena que, sin telones, pero con los elementos precisos, logró representar de manera inequívoca las localizaciones de cada pieza; en segundo lugar, el estimulante empleo de la música que se hizo cuando la acción estuvo detenida para ambientar las dos obras con canciones como El amor es un misterio, de Luz Casal, Los años que nos quedan por vivir, de Los Lunes, o Caballo de cartón, de Joaquín Sabina; y en tercer lugar, el irreprochable trabajo de una pareja de actores que supieron transmitir en cada momento las contradicciones, los matices y la riqueza de cada uno de los personajes que interpretaron.

De esta manera, abandonando satisfechos el Auditorio de Guadalupe entre el numeroso público que se dio cita, quizá lo único que echamos en falta ya concluida la velada fue la incorporación de un texto más de la serie compuesta por Paloma Pedrero, ya que habría extendido la obra más allá de la hora de duración y habría dotado de mayor variedad y empaque al conjunto propuesto. Fuera como fuere, felicitándonos una vez más por acudir al teatro para dejarnos seducir y envolver por su incomparable magia, nos despedimos de la escena hasta una próxima vez.

Yerma fecunda con aplausos el Teatro Romea

Mar, 17/01/2017 - 06:15 -- Miguel Casas

Este sábado el Teatro Romea de Murcia vistió el terciopelo rojo de sus butacas con el ambiente de las grandes ocasiones para dar la bienvenida a Yerma, segunda de las tres obras que, junto con Bodas de sangre y La casa de Bernarda Alba, dieron forma a la trilogía dramática que Federico García Lorca dedicó a la tierra española entre 1933 y 1936.

Así, con las plateas, los anfiteatros, las gradas y -por supuesto- el patio de butacas rezumando vida y expectación minutos antes del comienzo de la función, nos apresuramos a ocupar nuestras localidades dispuestos a no perder detalle del montaje que la compañía murciana Doble K Teatro iba a representar, por segunda noche consecutiva, en el primer escenario de la Región.

De este modo, con todo listo a un lado y a otro del telón, la obra arrancaría situando la acción en la casa de Yerma, en donde ésta y su esposo –Juan- conversaban en lo que parecía una típica escena hogareña protagonizada por un matrimonio joven y bien avenido. Sin embargo, durante el transcurso de este diálogo y bajo la aparente dulzura de los parlamentos, los personajes deslizarían los dos temas en torno a los cuales se articularía su relación a lo largo del drama: por un lado, la desconfianza de Juan hacia su mujer, que se traduciría en la insistencia en mantenerla recluida en casa; y por otro lado, la inquietud de Yerma por la ausencia de hijos en su matrimonio, a pesar de llevar más de dos años casada, que contrastaría con el desinterés expresado por su esposo.

Más adelante, pero aún dentro del primer cuadro de la obra, dos personajes más dialogarían sucesivamente con Yerma para presentar y comenzar a desarrollar aspectos clave de su personalidad. De esta manera, si con María -su amiga- la inquietud de la protagonista por no ser madre empezaría a convertirse en ansiedad al enterarse de que aquella esperaba a su primogénito tras solo cinco meses de casada, con Víctor –el pastor- se intuirían los rescoldos de una antigua atracción no consumada, pero tampoco del todo apagada, sobre la que, de hecho, Yerma ahondaría ya en el segundo cuadro al confesarle a la Vieja que fue Víctor el único hombre que la hizo temblar, mientras que, más tarde, a Juan solo lo aceptó como esposo por el acuerdo entre sus familias.

Precisamente, por esa ausencia de atracción hacia Juan, Yerma se afanaría en buscar en la descendencia la razón que diera sentido a su matrimonio asumiendo como propios los rígidos valores de la sociedad rural en la que había crecido, y según los cuales el matrimonio era poco más que un medio y los hijos, un instrumento para perpetuar linajes y asegurar heredades. Progresivamente, a lo largo de la obra, al no encontrar ese niño que la hiciera sentirse útil como mujer de campo, Yerma experimentaría cómo su inquietud inicial dejaría paso a la ansiedad, la incomprensión, la rabia y, por último, a un profundo odio que, macerado durante años, estallaría en la catártica escena final en la que lograría liberarse del yugo marital y de la presión social que la asfixiaban.

No obstante, a pesar del carácter eminentemente trágico -y clásico- de Yerma, animada por continuos cambios en la configuración de la escena, salpicada por deliciosas canciones de hondo sabor popular, y cuajada de frescos e interesantes personajes secundarios entre los que destacarían Magdalena o la Vieja Pagana, la obra, dividida en tres actos y seis cuadros, avanzaría con la agilidad, la flexibilidad y la rotundidad propias de una pieza maestra compuesta a conciencia para captar la atención del espectador y hacer desfilar ante ella buena parte de los tipos, los usos, las costumbres, las creencias, la conciencia y las miserias de la España rural de la época.

Por eso, logrado este sábado una vez más el objetivo que el autor se propuso alcanzar cuando escribió Yerma hace 82 años, mientras el público se deshacía en aplausos ya encendidas las luces del Teatro Romea, a nosotros, junto con el reconocimiento al notable trabajo del elenco de actores y a la brillante puesta en escena que desplegó Doble K, nos pareció que sería de justicia rendir homenaje a Federico García Lorca cerrando esta crónica con las palabras que le dedicó Luis Cernuda:

“Siglos habían sido necesarios para infiltrar en un alma la eterna esencia del lirismo español, su fuego espiritual. Hombres oscuros y anónimos se sucedían en tanto sobre la tierra. Al fin ese fuego oculto se hizo luz y brilló y templó los cuerpos ateridos. Poco tiempo ha durado su luz. Una mañana la brutal inconsciencia, la estúpida crueldad de unos hombres la apagaron contra las tapias del campo andaluz”.

Galería de fotos

Suscribirse a Doble K Teatro