Morfeo Teatro

Miguel de Cervantes llena de maravillas el Teatro Bernal

Lun, 28/11/2016 - 13:42 -- Miguel Casas

Delicioso espectáculo, el que tuvimos ocasión de contemplar este pasado sábado en el Teatro Bernal con motivo de la representación de El retablo de las maravillas; obra miscelánea elaborada por la compañía Morfeo Teatro que, tomando como base el célebre entremés cervantino publicado en 1615 dentro del libro Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados, desplegaría una aguda y certera crítica social cuajada de humor de hondo sabor popular.

Así, alzado el telón de la noche estrellada y viendo aparecer ante nosotros a los cómicos Chanfalla y Chirinos recorriendo los caminos en busca de villanos a los que engañar, lo primero que iba de llamar nuestra atención del montaje sería su cuidada puesta en escena en la que destacaron dos elementos: por un lado, el recargado telón de fondo en blanco y negro, que no era sino una original revisión del Guernica de Picasso, y, por otro lado, el uso de siete candilejas que, a pie de escenario, servirían para reforzar el carácter clásico de la obra, marcar fantasmagóricamente los rostros de los personajes y contribuir a crear un irresistible ambiente de fantasía y ensoñación.

De este modo, como si el coqueto coliseo de El Palmar se hubiera convertido en un maravilloso corral de comedias por obra y gracia de la magia teatral, los dos pícaros, dispuestos a sacar tajada de la zafiedad, el egoísmo y la cobardía de aquellos que, precisamente, por ser regidores de las villas debieran ser sabios, generosos y valientes, acordarían presentar ante las fuerzas vivas del pueblo más cercano un vulgar retablo haciéndolo pasar por extraordinario al asegurar que mostraba prodigios sin igual, aunque eso sí, advirtiendo de que, sentados ante él, solo los que fueren verdaderos hijos legítimos y cristianos viejos serían capaces de verlos.

Por tanto, jugando con el tema del objeto que solo es visible para aquellos en los que concurren determinadas cualidades sobre el que ya tratara siglos antes don Juan Manuel en el exemplo XXXII de su Libro del Conde Lucanor, o siglos después Hans Christian Andersen en su cuento El traje nuevo del emperador, en esta ocasión, Cervantes, al introducir como requisito para ser espectador válido de su retablo el ser cristiano viejo, amplificaría la sátira de costumbres desde el plano individual al colectivo para alcanzar a toda una sociedad –la de su tiempo- en la que se estimaba como prueba irrefutable de valía humana el hecho de no ser descendiente de moriscos ni judíos.

Ante nosotros, mientras los alegres burladores Chanfalla y Chirinos embaucaban al trío de torpes regidores de la villa a la que habían llegado, la crítica se iría desplegando demoledora bajo su vistoso envoltorio de comedia jocosa hasta mostrarnos un retablo cuya máxima maravilla no consistiría en dar a ver al forzudo Sansón o al toro que mató al ganapán en Salamanca, sino en presentar desnudas las ridículas y grotescas actitudes en las que tantos suelen caer con tal de ser considerados –en cualquier época- parte de un colectivo de prestigio o seguidores de los dictados marcados como positivos y aceptables por una sociedad.

Más adelante, llegados al momento en el que debería irrumpir la autoridad militar para poner fin a la breve pieza teatral cervantina a golpes, la figura que aparecería no sería la del esperado furrier, sino la sorprendente del mismísimo don Miguel, verdadera autoridad moral, que, transformado en quijotesco personaje, se mezclaría con las criaturas salidas de su pluma con el fin de juzgarlas desarrollando la estructura dialogada de otro de sus entremeses, La elección de los alcaldes de Daganzo.

De esta manera, recortándose espectral sobre el picassiano lienzo, símbolo de la barbarie y la sinrazón humanas, y contando con el apoyo de los fiscales Chanfalla y Chirinos, Miguel de Cervantes sufriría un rápido proceso de quijotización hasta fundirse con su heroico personaje para desplegar, como si fuera aquel, la tierna humanidad, el lúcido entendimiento, las discretas razones y los atinados juicios que hicieran alcanzar merecida fama -mundial y eterna- a su ingenioso hidalgo.

A la postre y en conjunto, la pieza, que se articularía mediante una estructura bipartita caracterizada en su primer tramo por su alegría y dinamismo y en su segunda mitad por su gravedad y trascendencia, no haría sino ofrecer un fiel reflejo de la trayectoria vital de su autor, quien, convencido de la nobleza humana, esgrimió la pluma para denunciar los vicios la sociedad de su tiempo con la esperanza de que así afloraran las virtudes de esta hasta acabar pobre, solo y decepcionado.

En cuanto al montaje, que no solo contó con una escenografía rompedora, brillantes juegos de luces, cuidado vestuario y acertados efectos sonoros, por encima de todas las maravillas que nos habría de mostrar destacaría el trabajo colectivo de un elenco de actores que, con Joan Llaneras, Francisco Negro, Mayte Bona, Felipe Santiago, Adolfo Pastor, Santiago Nogués y Mamen Godoy, supo captar la esencia de los personajes cervantinos y representarlos con toda la verdad que los concibió Miguel de Cervantes.

 

Don Friolera pasea sus cuernos por el Teatro Bernal

Crear: 11/27/2017 - 04:49

Tal y como hizo hace un año con El retablo de las maravillas, este pasado sábado la Compañía Morfeo regresó al Teatro Bernal para volver a deleitar al público murciano presentando Los cuernos de don Friolera; adaptación de la obra de Valle-Inclán que se ha convertido en la pieza más reciente en incorporarse al estimulante catálogo de producciones que trabaja esta magnífica agrupación de actores burgalesa.

De este modo, ofreciendo una de las mejores entradas de la temporada, el coqueto coliseo de El Palmar se vestiría de gala para dar la bienvenida a la primera de las obras que conformarían, junto a Las galas del difunto y La hija del capitán, la célebre trilogía titulada Martes de carnaval en la que Valle-Inclán, observando a través de la óptica deformante del esperpento, desplegaría una devastadora crítica a la sociedad española de la época utilizando uno de los temas más recurrentes de nuestro teatro: el honor.

Así, cerrada por un amplio telón lleno de trazos negros que, como sombras desdibujadas, se recortarían sobre el fondo blanco, la escena, plagada de multitud de elementos y dominada por la llamativa estructura de un teatrillo de guiñol, parecería levitar sobre la luz de las candilejas que poblarían el proscenio del Bernal para crear una deliciosa atmósfera de ensueño por la que desfilarían, precedidos por don Estrafalario y don Manolito, la grotesca sucesión de personajes del drama valleinclaniano.

De esta manera, tras una fulgurante introducción en la que los actores mostrarían todo su arte para dialogar, cantar, reír y bailar juntos, súbitamente los personajes tomarían la escena convertidos en seres de trapo y carne humana para dar comienzo al drama. Así, transmutado en fantoche, el teniente Astete -don Friolera- aparecería solo en escena para recibir, lanzado y atado a una piedra, el mensaje en el que una pluma anónima acusaba a su mujer de adulterio.

A partir de entonces, el militar, convertido en títere más del miedo al qué dirán que de los celos, se sumergiría en ridículas y oscuras divagaciones acerca de cómo resolver el asunto de la forma más honrosa para él. Paralelamente, trasladando el foco de la acción teatral al domicilio conyugal, los espectadores serían testigos del cortejo al que, efectivamente, estaba sometiendo el barbero Pacheco a doña Loreta –esposa de Friolera- ante la atenta mirada de doña Tadea, la vieja beata y cotillona autora del anónimo.

Así, agitando alegremente los hilos que gobernaban la débil voluntad de don Friolera, serían sus propios vecinos y, sobre todo, sus camaradas del ejército los que presionarían al teniente para que lavara su honra –y la del cuerpo de carabineros, donde no había maridos cabrones- con la sangre de los amantes. Entonces, desarrollando la tragedia con elementos propios de la comedia, Valle-Inclán haría avanzar el drama retorciendo los caracteres de sus personajes como hacían los espejos del madrileño callejón del Gato con las figuras que lo atravesaban.

De la misma forma, vistiendo el drama con el reluciente envoltorio de la comedia y aplicándose con asombrosa precisión en el dibujo deformado de cada personaje, la compañía Morfeo Teatro volvería a ofrecer en Murcia un espectáculo de primer nivel en el que, junto a la inspiración en la adaptación y a la originalidad de la puesta en escena, brillaría un elenco de actores entre cuyas interpretaciones destacarían, especialmente, las de Mayte Bona y Mamen Godoy; actrices que con sus soberbias actuaciones señalarían y denunciarían el ciego crimen machista de don Friolera. Ciego crimen machista del que aún hoy son víctimas tantas mujeres en España.

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