Sí, es cierto que somos cazadores de espectáculos, que salimos a las calles cuando cae la noche sobre la ciudad, que nos ocultamos en la oscuridad, que aguardamos a nuestras presas entre la gente, que esperamos pacientes el momento de atacar, que nos abalanzamos sin piedad cuando olfateamos algo bueno de verdad, y que cuando mordemos lo hacemos sin remordimientos: con furia, fuerza y pasión.
Pero si somos así es, precisamente, porque los espectáculos son retales de cultura en movimiento y efímeros instantes de vida que son lanzados al viento por los artistas para que sean otros los que los reciban, se apropien de ellos sin reservas y nutran sus entrañas y sus almas con la cruda e inmaterial esencia de su arte. En rigor, esencia de la eterna juventud que solo pueden saborear aquellos que se niegan a acomodarse y mantienen intactas sus ganas de descubrir, de conocer y de aprender hasta el final.
Por eso, y porque no estamos dispuestos a renunciar bajo ningún concepto a nuestro lado salvaje, este viernes volvimos a salir a las calles como lobos hambrientos para calmar nuestro apetito voraz con el festín que se anunciaba en la Sala Revólver a cuenta de la celebración del treinta aniversario de Los Crudos; emblemática banda murciana que, a pesar de los avatares y las diferentes etapas por las que ha atravesado, siempre ha mantenido su querencia por géneros como el rock, el blues y el funk para reflejar con total crudeza la verdad siniestra que habita en la cara oculta de la realidad.
Así, ante una Sala Revólver que se vestiría de gala luciendo llena hasta la bandera, Los Crudos, encabezados por el irreductible Chema Espejo, plantearían un concierto rico, variado y generoso que, de hecho, se desplegaría como una clase magistral de geografía e historia del rock hecho en la Región de Murcia a lo largo de las tres últimas décadas. De este modo, sin medias tintas ni paños calientes, Los Crudos arrancarían la velada con la fiereza que merecía la ocasión para ejecutar un primer tercio de concierto en el que serían protagonistas temas como Anhelo, Encaje de bolillos o Ángel, extraídos de su más reciente LP.
En consecuencia, poniendo a danzar al respetable a golpe de rock y blues, pronto el recital de Los Crudos se adentraría en una nueva fase en la que la banda haría sonar canciones de trabajos anteriores, como Malos tratos o Un Taranto o una soleá, junto a otras nuevas que serán editadas próximamente, como la pegadiza y bailable Mami. Más adelante, alternándose las composiciones de factura propia con versiones como las que sonaron de The Wall, de Pink Floyd, o Sweet Home Chicago, de Robert Johnson, la velada iría deslizándose poco a poco hacia su recta final.
Ya en los postreros compases del concierto, con el público entregado a la voz afilada como una cuchilla de Chema Espejo, la banda echaría más carne cruda al asador con el trepidante rock and roll de Gentleman y con la original, crítica y divertida Bares; canción, esta última, con la que Los Crudos le pondrían el punto final a su concierto tras más de una hora y cuarenta minutos de blues, de funk y, sobre todo, de delicioso rock crudo, limpio y puro.