Este sábado, con el Teatro Bernal vestido de gala para inaugurar su nueva temporada, abrimos las puertas del coliseo de El Palmar dando la bienvenida a “Lorca”; montaje elaborado por Juan Carlos Rubio para la compañía Histrión Teatro que constituye un verdadero monumento a la vida y a la obra del genial poeta granadino.
Así, planteada como un inmenso mosaico vital que, a modo de rompecabezas, iría completándose con las piezas que el autor dejó impresas en forma de poemas, canciones, obras de teatro, conferencias y cartas, la obra de teatro trataría de ofrecer una reconstrucción fiel del alma de Lorca como a este más le hubiera gustado. Es decir, transformándolo a él mismo en personaje para captar y mostrar a través del teatro el latido, el espíritu y el drama que escondió su propia vida.
De este modo, como si resonaran en el escenario las palabras que pronunciara el Autor en la Comedia sin título: “No voy a abrir el telón para alegrar al público con un juego de palabras, ni con un panorama donde se vea una casa en la que nada ocurre y a donde dirige el teatro sus luces para entretener y haceros creer que la vida es eso”, nada más arrancar la acción dramática, y justo después de que la pareja de intérpretes irrumpiera en escena cruzando el patio de butacas, lo primero que veríamos es cómo éstos se afanarían en desmontar la escenografía de la obra, que inicialmente representaba el amable interior de una casa burguesa, hasta transformarla en una fría y lúgubre celda cuya única pared estaría conformada por cientos de archivadores de tonos oscuros.
Entonces, situando la acción en el lugar donde Federico García Lorca pasó cautivo las últimas horas de su vida, el personaje, desdoblado en hombre y mujer para escenificar su doble sensibilidad y propiciar el diálogo consigo mismo y con otros personajes clave, comenzaría a evocar pasajes de su vida desde su más tierna infancia en la provincia de Granada, donde nació en 1898, hasta su llegada a la madrileña Residencia de estudiantes, en 1920. Convertido en líder espiritual de la pléyade de poetas que serían conocidos como la Generación del 27, Lorca además trabaría amistad con Buñuel y, sobre todo, con Dalí, bajo cuya influjo surrealista compondría el poemario Poeta en Nueva York y la obra de teatro El público tras el éxito de su Romancero gitano.
De esta manera, estructurada mediante un doble plano temporal –por un lado, el del pasado evocado por el poeta, y por otro, el del tiempo real correspondiente al de su aciago presente-, la obra en su desarrollo haría uso de acertadísimos juegos de luces, efectos sonoros, canciones y numerosos objetos simbólicos para marcar las constantes transiciones entre planos, mientras que daría a la voz poética de Federico García Lorca la función de hilo conductor de la trama y nexo de unión entre ambas dimensiones.
En consecuencia, bebiendo de textos como Así que pasen cinco años, El público, Comedia sin título, Sonetos del amor oscuro, o Charla sobre teatro, la voz de Federico se derramaría susurrada, recitada y cantada por los actores –los magníficos Gema Matarranz y Alejandro Vera- para que “Lorca”, transmitiendo las inquietudes, las ilusiones, los miedos y las contradicciones del hombre, lograra reflejar la historia con la verdad que solo poseen aquellas obras que son capaces de abrir las puertas de los teatros.