La Venus de las pieles abarrota el Teatro Bernal

Lun, 13/10/2014 - 02:27 -- Miguel Casas

En la noche del sábado el Bernal abrió su temporada teatral con un cartel de auténtico lujo, La Venus de las pieles, obra escrita por David Ives, adaptada y dirigida por David Serrano, e interpretada por los conocidos actores Clara Lago y Diego Martín. El atractivo de la función, unido a la fama de los intérpretes, y al incentivo de los precios populares (6 y 8 euros) animó desde los días previos a un público que acabó agotando las entradas a las pocas horas de ponerse a la venta.

Así, con el éxito de público garantizado, y con el ambiente de las grandes ocasiones tomando las galerías, el patio de butacas, las plateas y los anfiteatros del coqueto Teatro Bernal de El Palmar, tan sólo restaba comprobar si la función y los actores estarían a la altura de la expectación generada.

La Venus de las pieles, a pesar de su cobertura de humor frugal y de las chanzas jocosas que la cuajan, no es precisamente una obra fácil de plantear. Temas como el tópico literario del teatro dentro del teatro, la pasión erótica arrebatadora y autodestructiva, el cuestionamiento de los roles asignados a hombres y mujeres, y las relaciones entre los distintos miembros que conforman el mundillo escénico, no son fáciles de desarrollar en conjunto y mucho menos cuando son salpicados por alivios cómicos que, con el objeto de rebajar los momentos cumbres de tensión entre los protagonistas, también pueden producir ocasionales distracciones en la concurrencia.

La Venus de las pieles es originariamente, tal y como se menciona en la obra teatral, una novela escrita en 1870 por el austriaco Leopold von Sacher-Masoch que cuenta la tórrida historia de amor y dominación que se desata entre Severin von Kusiemski y Wanda von Dunajew cuando el primero le revela a la segunda la extraña conversación que había mantenido en sueños con la diosa Venus cubierta de pieles. En el libro de Masoch el protagonista implora a la mujer para que ésta se convierta en su dueña y le someta a todo tipo de humillaciones y vejaciones. Wanda, a pesar de su resistencia (reluctancia) a participar en semejante juego, acaba aceptando por el amor sincero que siente hacia Severin. Conforme avanza la novela, la protagonista descubre cómo las inclinaciones masoquistas de su pareja la van corrompiendo hasta llegar a alcanzar el placer con aquellas prácticas que al principio sólo le producían desasosiego.

En la obra teatral La Venus de las pieles, el argumento de la novela sirve de punto de partida para la acción y de telón de fondo sobre el que cual se van enredando y desarrollando las relaciones y las personalidades de los dos personajes protagonistas, el de un director novel y el de una joven actriz, que tratan de realizar la adaptación teatral de aquel argumento. De esta forma, la obra plantea dos planos de ficción, el de la novela y el de su adaptación teatral, que en el transcurso de la función se irán solapando, mezclando y entrecruzando constantemente cuando los personajes del director y de la actriz se vean traspasados y poseídos por los papeles de Severin y Wanda.

Así, la pieza teatral nos presenta a Diego del Pino, un joven dramaturgo que, cansado de que sus obras no queden en escena como él las ideó, decide dirigir por primera vez una obra suya, que resulta ser una adaptación de la mencionada novela de Masoch. La incipiente carrera de del Pino parece tambalearse por su personalidad atormentada y sus conflictos artísticos. Tras una frustrante tarde de audiciones en el teatro en busca de la actriz que encarne el papel de Wanda, una joven con gran desparpajo irrumpe en el escenario solicitando una prueba justo cuando el director estaba a punto de marcharse.

A partir de ese momento comenzará entre ambos personajes una historia llena de ricos contrastes con el argumento de la novela como trasfondo. A la espontaneidad y la despreocupación de la actriz se oponen la gravedad y la responsabilidad del director como principales rasgos de dos personalidades destinadas al desencuentro. Sin embargo, a medida que la actriz vaya interpretando al personaje de Wanda, el director irá quedando cautivado por un hechizo que le hará descubrir dentro de su propia personalidad rasgos de la de Severin que jamás habría creído poseer.

De esta manera, se despierta entre ambos personajes un juego de seducción y dominación, certezas y engaños, semejanzas y equívocos, deseos y anhelos que, salpicados de chispazos de humor, mostrará cómo los papeles de la novela se apoderan de los personajes de la ficción teatral hasta convertirlos en dos figuras arrastradas por la misma pasión amorosa que creían solamente estar representando.

La función, que contaba con una correcta y elegante puesta en escena formada por dos telones laterales para dar la sensación de perspectiva y otro de fondo cerrando la decoración simulando el gran salón palaciego de un vetusto teatro victoriano, contaba con dos espacios escénicos bien diferenciados: el sofá encarnado situado a la izquierda del auditorio, en el que tenían lugar las escenas más tensas de erotismo; y la mesa de trabajo del director situada a la derecha, en la que se desarrollaban preferentemente las escenas más conceptuales y teóricas de la obra.

Mención especial dentro del montaje merecen los distintos trajes y ropajes que utilizan los actores a lo largo de la representación, ya que estas vestimentas trascienden sus meras funciones estéticas para convertirse en atributos que permiten reconocer a los distintos personajes en los que se van transofrmando los actores siempre delante del público. De esta forma, se puede decir que La Venus de las pieles conecta con el teatro clásico griego, en el que cada actor, para interpretar a cada uno de los personajes que tenía asignados, se investía de sus correspondientes atributos para obrar la transformación, y siempre delante del público.

En cuanto al trabajo de los actores, este fue, en general, más que aceptable. Diego Martín resultó bastante convincente en su representación del papel de director teatral inseguro y atormentado, sabiendo además  obrar con naturalidad la transmutación de este papel con el del sórdido Severin, y transmitir de manera cabal la convergencia de ambos personajes. Por su parte, Clara Lago se mostró bastante más cómoda en el papel de joven actriz vital e inconsciente que en el de la misteriosa, atemporal y sensual Wanda.

Hay que reconocer que el contraste y la gran distancia entre los papeles de Clara Lago sin duda constituían el mayor reto interpretativo de la obra, ya que los dos personajes interpretados por Diego Martín casaban de una manera más armoniosa y no obligaban a los abruptos cambios de registro que sí le exigían los suyos a Clara Lago. En cualquier caso, si al comienzo de la función advertimos en la actriz una importante falta de consonancia entre su interpretación y los rasgos de Wanda, ya que la joven Clara parecía limitarse a poner voz profunda y recitar sus diálogos con tonillo sin asimilar el sentido de las palabras que recitaba mecánicamente, también hay que admitir que, conforme avanzó la representación, la joven actriz fue encontrando y acercándose más al alma de su personaje.

La obra, en líneas generales, resultó de lo más agradable de ver, los continuos giros argumentales e interpretativos, los juegos de contrastes entre realidad y ficción, y la transformación de los dos personajes principales en aquellos que creían estar solamente interpretando constituyen los grandes alicientes de la obra. Por el contrario, algunos de los alivios cómicos introducidos en la estructura con el fin de rebajar las tensiones generadas por la pasión erótica y suscitar necesarios cambios de tema y de ritmo, en muchas ocasiones más que ayudar al equilibrado desarrollo de la obra, lo que acababan era provocando la distracción del público y la confusión con respecto a la naturaleza y las pretensiones de la obra.

Al final, tras casi dos horas de función, y a pesar de estos leves defectos, el teatro Bernal prorrumpió en una justa, sonora y cerrada ovación con la que supo premiar el esfuerzo de los actores y de todo el equipo del montaje. Por su parte, tanto Clara Lago como Diego Martín correspondieron a los aplausos con saludos y agradecimientos desde el escenario. Las sensaciones entre la concurrencia fueron de lo más positivas, y así se cerró de la mejor manera posible una velada teatral de altura en el centenario coliseo de El Palmar.